FRAGMENTO DE LA NOVELA
VIERNES DE LUNA LLENA
(...)
Una hora más tarde habíamos llegado al
arroyo. Ninguno de los dos había llevado traje de baño, pero no hacían falta.
¡Qué pesca ni que pesca! Era baño lo que los dos necesitábamos. A la orilla las
cañas acarreadas inútilmente, mi improvisada mochila con mi remera y mis
championes, la ropa de Lupe, las cáscaras de naranjas que habían sobrado de la
caminata –sí, las cáscaras, las naranjas hacía rato que estaban digeridas– y la
radio encendida transmitiendo las
noticias locales.
De parte de José Moreira para su mamá, que la tía Ñata llega hoy a la
tarde. A la gente de puntas de Chirivá, que no se preocupen que el domingo
llega el cura y que va a casar y bautizar. Al tío Pepe le manda decir su
sobrino que no pudo cazar la yarará de dos metros que mató a la yegua...
Lupe estaba parada en la rama más alta
del sarandí que nos servía de trampolín dispuesta a tirarse el décimo clavado,
cuando escuchó este último comunicado. Perdió el equilibrio y cayó parada.
–¿Qué te pasó? ¿Te picó la yara? – le
pregunté cuando asomó la cabeza entre los círculos concéntricos del agua
amarronada.
–No, no me picó la yara, pero más vale
que el sobrino de ese tío Pepe la mate ya, o si no..
–¿O si no, qué? ¡No me digas que le
tenés miedo a una viborita! –intenté hacerme el valiente.
–¡Ja! Una viborita... Se ve que no
leíste a Horacio Quiroga.
–Yo no, pero mi maestra de tercero nos
leyó La tortuga gigante, Las medias de
los flamencos...
–Esos son cuentos de bebés, yo te
hablo de A la deriva.
No respondí inmediatamente. Me pareció
sentir un ruido extraño que comenzó a intranquilizarme. Luego dije:
–A la deriva vamos a quedar nosotros si no salimos ya del agua; mirá la
correntada que se está formando.
En realidad no había mucha correntada;
pese a la lluvia de días anteriores el arroyo estaba bastante manso, pero era un
buen pretexto para evitar decir que en realidad yo creía que las víboras podían
andar por el agua.
Y el miedo que yo intentaba disimular,
Lupe lo aumentó comentándome:
–¡ No me cambies de tema! Al hombre le
quedó la pata como a una morcilla y después de una fiebre que lo enloqueció, y
unas convulsiones horribles, se murió.
No le contesté. No pude. Algo había
pasado rozando mi mano en el agua. Empecé a bracear intentando llegar a la
orilla y la alcancé en segundos (debieron haber sido segundos, supongo, pero a
mí me parecieron horas). Con la respiración jadeante me senté en una piedra y
busqué con la mirada a Lupe. La encontré en el mismo lugar en que había caído y
me miraba con cara de pavor. En milésimas de segundo entendí, aterrorizado, que
el peligro no estaba en el agua sino fuera. El ruido que había escuchado era
como de ramas quebradas...
Me incorporé de un salto intentando
volver al agua, cuando sentí un garrotazo que me dio justo en la espalda a la
altura del hombro derecho, y que me dejó doblado de dolor.
Cuando medianamente me recuperé vi a un muchachito
con un palo en la mano derecha y un cascote de tamaño respetable en la
izquierda. Inmediatamente y a pesar de mi dolor, retrocedí, arrastrándome como
pude, espantado ante su presencia. El
muchachito me gritó:
–¡No te muevas!
–Llevate lo que quieras, pero no me mates –le dije–. Plata no tengo, pero
te doy mi reloj pulsera.
–¡No te muevas! –repitió.
Al segundo alzó su mano para arrojar
la piedra.
Instintivamente me agarré la cabeza
con las manos intentando protegerme; pero cuando escuché la piedra ya había
caído, y no sobre mí, sino a unos centímetros, y un líquido que no era agua me
salpicaba, giré mi cabeza para mirar. No sé cómo ni en qué orden acontecieron
los hechos siguientes, es probable que no hayan sucedido tal como aparecen en
mi memoria, pero lo que sí recuerdo es que el muchacho levantaba, ayudado por
el palo, lo que instantes antes había sido un respetable ejemplar de yarará. La
piedra le había reventado la cabeza y ahora yacía muerta, totalmente muerta.
Fragmento de Viernes de luna llena
de Gabriela Armand Ugón (2004)
Ed. Fin de Siglo.